El psiquiatra y docente de Salud Mental Ángel Uslenghi observa que su profesión debe tener siempre una visión integral del ser humano. “En mi clase inaugural, suelo ilustrar con un ejemplo -cuenta-. Digo: ‘este señor, que se llama Hombre, es una sociedad entre tres partes. Una parte tiene las acciones biológicas; otra, las acciones psíquicas, y una tercera, las acciones sociales. Cuando el señor se altera, cambia el porcentaje de posesión de acciones, pero continúan presentes los tres accionistas’”.

-¿No hay enfermedades meramente biológicas?

-Si vos me dijeras: “no, esto es meramente biológico. Yo he sufrido la amputación de un brazo”, yo te respondería: “sí, está bien, pero ¿a vos no te afecta psicológicamente la pérdida del brazo? ¿No te preguntás por qué te ha pasado esto a vos? ¿Dormís de noche? ¿Sabés usar el otro brazo?”. Y además queda otra parte relacionada con lo social: ¿conservás tu trabajo? ¿Tenés acceso a servicios de rehabilitación adecuados? Es un esquema tan sencillo y tan obvio, y sin embargo todavía a veces prevalece el abordaje positivista y sesgado del hombre en medicina.

-¿Por qué a veces se pierde de vista esta concepción integral?

- Tiene que ver con que médicos y pacientes solemos enfocar el derecho a la salud como si fuera solo el derecho al bienestar biológico. Nadie dejaría de operarse un apéndice si le doliese, pero las alteraciones de la esfera psicosocial tiende a ser negadas. El paciente solo consulta si surge la agudización del dolor psíquico, cuando a veces ha tenido síntomas durante años y la patología podría haberse tratado antes de que se consolidara. Entonces todavía hay una inaccesibilidad cultural. Tres cosas siempre se construyeron lejos de la ciudad: los loqueros, las cárceles y los cementerios. Y quizá no haya que mencionar los cementerios, porque a veces estaban detrás de las capillas. O sea, la gente le teme menos a la muerte que a la falta de salud mental.

-¿Qué consecuencias trae esta inaccesibilidad cultural?

-Tiene un costo social muy elevado. En primer lugar, porque los síntomas detonan por otro lado: en la alteración de las vidas familiar o laboral, o incluso en la alteración de la vida social mayor, como en el caso de alguien que hace un cuadro de excitación psicomotriz y rompe cosas en la calle. Y en segundo lugar, porque se ocultan las manifestaciones depresivas, que son la principal causa mundial de discapacidad y contribuyen de forma muy importante a la carga mundial general de morbilidad. Entonces se da una paradoja, porque aun cuando el costo social sea tan elevado, pocas personas son capaces de reconocer las señales de alarma psicosomáticas, personales y sociales que evidencian trastornos mentales.

-¿Qué hay que hacer para que la gente perciba los signos?

-Habría que concientizar de entrada al estudiante de ciencias de la salud sobre esta situación y desarrollar la idea de que el concepto de salud mental es cotidiano. En la carrera de médico, la psiquiatría debería ser una quinta clínica básica y un eje curricular. Y más en general, hay que cambiar la percepción social de la enfermedad mental. Deberíamos hablar con los niños para que no desarrollen rechazo, por ejemplo. Esto es tan importante que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que el éxito de un sistema de salud mental depende de la erradicación del estigma y la discriminación. Y la OMS también dice que no hay salud sin salud mental. Yo querría agregar que no hay psiquiatría sin salud mental ni salud mental sin psiquiatría.

-¿Qué es lo que ocasiona que un ser humano cruce la frontera de la enfermedad mental?

-Lo primero es la capacidad que cada uno tiene de afrontar determinadas situaciones, la estructura de personalidad que uno tenga. El mismo estímulo produce efectos distintos en personas distintas. No podés ser tajante, porque además depende de muchos otros factores: si tenés familia, es un pronóstico; si no la tenés, es otro. Si tenés trabajo, es un pronóstico; si no lo tenés, es otro. Si tenés acceso a psicoterapia y farmacología, es un pronóstico; si no lo tenés, es otro. Hoy hay cada vez menos pacientes de alto riesgo por la aparición de los psicofármacos.